Por todos, hombres y mujeres, es bien conocido el olor de los genitales femeninos; aunque no todos huelen igual. Algunos olores de vagina nos recuerdan a aromas dulces y ligeramente acres. Otros, sin embargo, los asociamos a los efluvios mefíticos de una cloaca. La cultura popular ha estigmatizado estos aromas fuertes del sexo femenino con expresiones del tipo “huele a pescado” (de ahí provienen chistes como el del ciego que cruza por delante de una pescadería y dice: buenos días, señoras). Olores que la gente también asocia con la falta de higiene.
Tal vez sea cuestión de higiene, pero más bien de la higiene de nuestras ideas preconcebidas y del lavado de cerebro al que hemos sido sometidos. La gente suele imaginar una vagina como un reducto de gérmenes que debe de lavarse con dedicación hasta que de ella desaparezca cualquier olor o lubricación. Esto no es así. La flora vaginal está repleta de gérmenes, es cierto, pero los gérmenes se pasean tranquilamente por todos los órganos de nuestro cuerpo. Lo importante es dilucidar qué tipo de gérmenes son, porque la total ausencia de gérmenes también es nociva. En condiciones saludables, por ejemplo, las bacterias de la vagina tienen una función beneficiosa.
Una vagina de olor desagradable no siempre es sinónimo falta de higiene (de hecho, el exceso de higiene es peor que la falta de higiene, pues se destruye la imprescindible flora vaginal). Un olor fétido puede ser producido por lo que se llama vaginitis bacteriana, una infección que produce compuestos como la trimetilamina, que curiosamente es la misma sustancia que otorga su olor al pescado poco fresco. También encontraremos putrescina, que es lo que hallaremos en la carne putefracta, y cadaverina, que ya os imagináis de dónde proviene el nombre.
Una vagina sana debe estar poblada por una colonia de lactobacilos, las mismas bacterias que se encuentran en el yogur (sean o no de bífidus activos y demás zarandajas). Los lactobacilos viven ahí dentro, protegidos del exterior, calientes, bien alimentados por las proteínas y los azúcares del tejido, y a cambio proporcionan protección frente a bacterias invasoras generando desinfectantes como el ácido láctico y el peróxido de hidrógeno. Por eso una vagina sana desprende un aroma similar al del ácido láctico del yogur y posee un pH del 3,8 al 4,5, más o menos la que tiene un vaso de vino (superior al café negro pero inferior al limón). Como dice la divertida Natalie Angier en Mujer, una geografía íntima, ésta en la vagina que canta, la vagina con bouquet, con cuerpo.
El flujo vaginal, por su parte, posee una composición parecida a la del suero. Agua, albúmina, glóbulos blancos y mucina, la sustancia que otorga a la vagina su lustre. El flujo vaginal, en ese sentido, no tiene nada que ver con la orina o los excrementos, sólo es un lubricante, como el que provoca que nuestros ojos no se agrieten o nuestra lengua no parezca un pedazo de corcho.
Otro de los desencadenantes de la vaginitis bacteriana, además del exceso de higiene, son los hombres. En concreto, su semen. La eyaculación masculina en el interior de la vagina también puede trastocar la flora vaginal. Al parecer, los espermatozoides no son capaces de nadar en el medio ácido de una vagina sana, así que vienen envueltos en una solución alcalina, que incrementan el pH de la vagina, favoreciendo la invasión de bacterias no deseadas. Normalmente, un simple coito no provoca esta reacción, pues la vagina recupera con bastante facilidad su pH, pero los riegos aumentan cuando se mantienen muchas parejas sexuales diferentes, ya que las defensas inmunológicas, entonces, no funcionan tan bien. Así que antes de decir con ligereza que una vagina huele a pescado, quizá habría que plantearse si en realidad el responsable de ese olor no ha sido el semen de un hombre. O mejor dicho, el semen de muchos hombres diferentes.
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