sábado, 21 de enero de 2017

Salai, discípulo y ayudante de Leonardo da Vinci.


Retrato de Salai, (circa 1502-03). Óleo sobre tabla, 37x29 cm. Colección privada Alos Foundation.
Retrato de Salai, por Leonardo da Vinci.
Gian Giacomo Caprotti da Oreno, llamado Salai o Salaino (nacido hacia 1480-Milán 19 de enero de 15241 ), fue un pintor renacentista italiano, discípulo y ayudante de Leonardo da Vinci.

Vida[editar]

En 1490, estando en Milán, Leonardo tomó a su servicio a Gian Giacomo Caprotti da Oreno. Así lo anota Leonardo en un cuaderno: "el día de la Magdalena" de 1490 Giacomo fue a vivir con él. Era hijo de unos campesinos procedentes de Oreno,2 localidad próxima a Milán. Sus padres se llamaban Giovanni y Caterina (como la madre de Leonardo) y tenía dos hermanas que aparecen puntualmente en su vida, generalmente pidiendo dinero o reclamando herencias.
Un año más tarde el propio Leonardo lo califica de «ladrón, embustero, obstinado, glotón». Igualmente anota Leonardo las fechorías del pequeño, sus travesuras y sus pequeños hurtos. Este es el inicio de la relación más duradera y estable de la vida de Leonardo, pues Salai vivió 25 años junto al maestro, quien siempre lo tratará con indulgencia.
Tiempo después empezó a referirse a él como "Salai", nombre de un diablo, personaje del Morgante de Luigi Pulci. Salai puede venir también de los verbos italianos salare, que es utilizado popularmente en expresiones que indican incumplimientos (salare la scuola, «hacer novillos») o salassare, «sangrar» (salassare uno es sinónimo de sacarle a alguien el dinero). Para finalizar, algo salato figuradamente es algo que resulta caro al bolsillo y también se puede referir a un comentario punzante o mordaz.[cita requerida]
Salai siempre fue presentado como el discípulo predilecto del maestro. En las pocas obras que se conservan de su mano se aprecia su estilo correcto, de eficaz imitador, pero muy distante de la sensibilidad y delicadeza de Leonardo. Se le atribuye un retrato de Lisa del Giocondo desnuda, conocido como Monna Vanna, pintado en 1515 con el nombre de Andrea Salai.3
Se ha especulado mucho sobre la naturaleza de la relación entre maestro y discípulo, si tuvo o no un componente sexual y a partir de qué momento, dado que entró al servicio de Leonardo siendo un niño. El retrato que hace Lomazzo de la relación de Leonardo con Salai como homosexual ha encontrado apoyo en la naturaleza homoerótica de la pintura de Leonardo Juan el Bautista para la que Salai parece haber sido el modelo. El erotismo de esta pintura ha sido analizado por críticos como Martin Kemp y James Saslow.4
Cuando Leonardo desea reproducir un tipo físico hermoso acude a los rasgos de Salai, sobre todo a su perfil característico, de nariz recta, frente y mentón redondeados y cabellera rizada y abundante. Es el prototipo de rostro angélico y andrógino, ya que los rasgos del muchacho eran algo femeninos.
Varios dibujos de Leonardo son representaciones muy eróticas del mismo hombre joven. El nombre de Salaino aparece también (tachado) en la parte posterior de un dibujo erótico (h. 1513) del artista, El ángel encarnado, en una época en la colección de la reina Victoria. Es visto como una variación humorística de su obra principal, San Juan Bautista5
Salai siguió a Leonardo cuando tuvo que irse de Milán tras la toma por los franceses, y en sus viajes por toda Italia, así como su marcha final a Francia. No obstante, Salai acabó volviendo a Italia en 1518. Regresó a Milán. Leonardo al morir en 1519 le legó una buena parte de su herencia.
Al poco tiempo Salai se casó con una mujer llamada Bianca. Murió el 19 de enero de 1524, al recibir un disparo, probablemente procedente de las tropas francesas durante el sitio de Milán, ciudad en la que fue enterrado el 10 de marzo del mismo año.6
Sólo a principios del siglo XX se reconstruyó la verdadera identidad de Salai, gracias a la investigación de Gerolamo Calvi y de Luca Beltrami, actualizada y confirmada posteriormente por otros estudiosos.

sábado, 14 de enero de 2017

El origen de los Dragones chinos


Hace tiempo sacamos los dragones chinos pero ¿cuales son sus origenes y leyendas? Si quieres saber más sobre ellos solo tienes que seguir leyendo y entrar en su mágico mundo.

Los dragones chinos también conocidos se conocen como Lung y son criaturas mitológicas muy conocidas en China y otros lugares.
Características:
Los dragones chinos tienes una serie de características que los diferencia de otros dragones. Tienen cuerpo de serpiente, garras de águila, paras de tigre, bigotes de bagre, astas de venado y escamas de pez. Todo ello unido da su peculiar aspecto.
Simbolismo
Al contrario que otros, los dragones chinos son elementos muy poderosos en la cultura China que simbolizan la buena suerte, la riqueza, la sabiduría, el poder y la nobleza. La perla que a veces se les pone en la barbilla es símbolo de sabiduría. También simbolizan la valentía, la audacia, el heroísmo, la perseverancia y la divinidad.
A todo ello se une su representación del dominio de los cuatro elementos y de las estaciones del año  porque “traen el agua con la lluvia, el calor con el sol, el viento de los mares y la tierra para cultivar.”
Son fuente de ofrendas, deseos, fertilidad, suerte, poder y protección.
Eran el símbolo del emperador en la China Antigua.
También se le atribuyen poderes sobrenaturales como la capacidad para transformarse en gusano para camuflarse, aumentar su tamaño para cubrir el cielo, volar entre las nubes, esconderse en el agua, meterse en el fuego, volverse invisible, convertirse en un resplandor que brilla en la oscuridad…
Origen del dragón chino:
¿De donde salen las características de este curioso dragón? Hay varias teorías al respecto:
  • Se asocian con los peces por una leyenda que cuenta que un pez-carpa saltó sobre la “puerta mítica del dragón” 
  •  convirtiéndose en dragón.  Se supone que esta puerta se localiza en varias cascadas y cataratas de China. Esta historia se usa para simbolizar el impulso y esfuerzo necesarios para superar los obstáculos y alcanzar el éxito.
  • También se ha sugerido que los primeros dragones chinos fueron cocdrilos y que parte de su simbolismo está asociado a estos animales ya que se sabe que algunos cocodrilos detectan cambios en el clima como la presión del aire y las lluvias, cualidades atribuídas a estos dragones. De hecho hay evidencias de que en civilizaciones babilónicas, indias y mayas se han venerado a los cocodrilos.
Lugares en los que se encuentran
  • Se pueden encontrar en muchos sitios como templos, palacios, murallas, tatuajes,  en artesanía, pintura, joyas…
  • También suelen salir mucho en los desfiles del año nuevo chino.
  • Utilizados como Totems e imágenes de adoración.
  • Existen templos en su honor donde los dragones son venerados ofreciendoles inciensos a cambio de protección, buena fortuna, fertilidad…
  • También se usan mucho en el feng shui.
Leyendas y tradiciones
Existen muchas leyendas sobre los dragones en general y los dragones chinos en particular. Una de las más conocidas es la leyenda china sobre el amor entre el ave fenix y el dragón que transcribo tal cual:
“Cuenta la leyenda china que cuando la diosa tierra se formó, todo estaba en caos, los dragones hicieron un papel muy benéfico, pues intentaban restablecer el orden.
La diosa TIerra que se estaba formando era la emperatriz Feng, y se iba creando en desorden, y su forma física era el ave Fénix, pero se iba creando en pura creatividad y energía. Era el dragón Long el que ordenaba dicha creación.
Long se enamoró de Feng, y controlaba de forma paciente su desorden creativo. Juntos equilibraban el TAO.
Cuando el dragón Long y el la emperatriz Feng se equilibran el Tao resplandece como una perla bañada en la luz más pura.
No lucha el dragón Long con el ave fénix (emperatriz Feng) Ellos se aman, y se buscan, se complementan y equilibran. Sin el ave fénix no existe la creación infinita, el resurgimiento de la vida infinita y eterna, y sin el dragón Long, no existe el equilibrio del orden. Por ello, el Dragón y el ave Fénix son las imágenes de los sagrados principios del Ying y el yang.”
Debido a esta leyenda se considera un símbolo del amor las imágenes en las que se unen el dragón y el fenix ya que consideran que protegen el amor y ayudan a superar los momentos más difíciles.

Como veis detrás de estos curiosos dragones hay mucha información y magia. Si quieres llevarte un poquito de ellos puedes comprar los dragones de plumyx que puedes ver aquí.
Feliz día.

miércoles, 4 de enero de 2017

La sabiduría de Cleopatra: una reina culta e inteligente que dominaba varios idiomas y escribía libros


Cleopatra VII no fue únicamente un personaje histórico famoso, sino también uno de los iconos de una cultura rica y poderosa. Ha sido descrita con frecuencia como la amante de grandes hombres, pero la realidad era algo diferente. Sus inquietudes intelectuales eran más importantes que su vida amorosa. De hecho, Cleopatra VII podría ser considerada como una de las más grandes intelectuales de su tiempo.
Quien crea que una mujer únicamente podía alcanzar tanto poder en la antigüedad gracias a su belleza, no puede estar más equivocado. Desde los albores de las más antiguas civilizaciones, las mujeres fueron capaces de convertirse en gobernantes independientes, aunque las que ocuparon el trono por más tiempo debieron aprender habilidades muy concretas para conseguirlo.
Desde su más tierna infancia, Cleopatra no tuvo una vida fácil. Nació en el año 69 a. C., hija del faraón Ptolomeo XII, en un período muy difícil de la historia de Egipto. Su padre fue quizás un inteligente soñador, pero no tenía madera de rey. En aquella época, Egipto ya se encontraba dominado por los romanos, y parecía que no volverían los tiempos de los poderosos faraones egipcios. Pero he aquí que llegó Cleopatra para cambiar el curso de la historia.

Cleopatra, una poderosa reina

Muchas mujeres ejercieron de regentes o incluso reinas de Egipto durante un corto espacio de tiempo debido a la muerte de sus padres, maridos o hermanos. Sin embargo, estas mujeres solían ocupar el trono por poco tiempo, y con frecuencia acababan sus días de manera trágica. En el caso de Cleopatra, fue elevada a la categoría de diosa, y reinó durante muchos años con un estatus similar al de los antiguos faraones. Sus co-regentes, entre los que se encontraban sus hermanos varones y uno de sus hijos, no gozaron de un poder tan grande fuera de Egipto. Cleopatra había asumido la responsabilidad de las relaciones exteriores desde el principio de su reinado. No sólo eso, sino que además consiguió aumentar su poder hasta cotas insospechadas para la época.
La mayor parte de lo que sabemos de Cleopatra procede de autores romanos, que seguían las directrices del emperador de turno y no estaban por la labor de mostrarnos las facetas más positivas de la reina de Egipto. A menudo se la describe como una mujer que forjó su carrera en las camas de hombres poderosos. En el famoso libro El Decamerón, obra del maestro italiano de la literatura medieval Giovanni Boccaccio, se la presenta como una alegoría del pecado. La historia de Cleopatra utilizando su erotismo y habilidades sexuales para mejorar la situación política de Egipto perduró con fuerza a lo largo de los siglos. Sin embargo, de ser cierta, Cleopatra habría sido asesinada o destronada antes de haber tenido tiempo de convertirse en la amante de Julio César.
Cleopatra es retratada a menudo como una seductora. Dibujo de Faulkneer en el que vemos a Cleopatra dando la bienvenida a Marco Antonio. (Public Domain)
¿Cómo fue posible que Cleopatra se convirtiera en la última reina de Egipto? ¿Dónde residía su poder? Según Plutarco (Vida de Marco Antonio, XXVII.2-3):
Pues, según dicen, su belleza no era tal que deslumbrase o que dejase parados a los que la veían; pero su trato tenía un atractivo inevitable, y su figura, ayudada de su labia y de una gracia inherente a su conversación, parecía que dejaba clavado un aguijón en el ánimo. Cuando hablaba, el sonido mismo de su voz tenía cierta dulzura, y con la mayor facilidad acomodaba su lengua, como un órgano de muchas cuerdas, al idioma que quisiera…

La brillante mente de la última reina de Egipto

Cleopatra, al principio de su carrera política, no hablaba latín. Es posible sin embargo, que lo aprendiera con el tiempo. Cleopatra conocía el lenguaje del antiguo Egipto y había aprendido a leer jeroglíficos, un caso único en su dinastía. Aparte de esto, conocía el griego y los idiomas de los partos, hebreos, medos, trogloditas, sirios, etíopes y árabes. Con estos conocimientos, cualquier libro del mundo se encontraba abierto para ella. Además de idiomas, estudió geografía, historia, astronomía, diplomacia internacional, matemáticas, alquimia, medicina, zoología, economía y otras disciplinas. Intentó acceder a todo el saber de su época.
Estatua romana de Cleopatra expuesta en el Antikensammlung de Berlín (CC BY 3.0)
Sabemos que Cleopatra pasaba mucho tiempo en una especie de antiguo laboratorio. Escribió algunas obras relacionadas con hierbas y cosméticos. Desgraciadamente, todos sus libros quedaron destruidos en el incendio de la gran Biblioteca de Alejandría del año 391 d. C. El famoso físico Galeno estudió su obra, y fue capaz de transcribir algunas de las recetas ideadas por Cleopatra. Uno de estos remedios, que Galeno también recomendó a sus pacientes, era una crema especial que podía ayudar a los hombres calvos a recuperar su pelo. Los libros de Cleopatra también incluían trucos de belleza, pero ninguno de ellos ha llegado hasta nosotros. La reina de Egipto estaba asimismo interesada en la curación mediante las hierbas, y gracias a sus conocimientos de idiomas tenía acceso a numerosos papiros que se encuentran perdidos a día de hoy. Su influencia en las ciencias y la medicina era bien conocida en los primeros siglos del cristianismo.
Cleopatra probando venenos en prisioneros condenados a muerte, óleo de Alexandre Cabanel (1887). (Public Domain)

El legado de su sabiduría

Cuando Cleopatra murió en el año 30 a. C., legó su gran sabiduría al intelecto de su hija, Cleopatra Selene. La niña se encontraba bien preparada para el futuro. Su madre la había educado y orientado convenientemente, lo que permitió a Cleopatra Selene ocupar un lugar privilegiado en el corazón del emperador Octavio Augusto. Éste procuró concertarle un buen matrimonio, convirtiéndose de este modo la hija de Cleopatra en esposa de uno de los más grandes intelectuales de entre los príncipes herederos del Mediterráneo en el siglo I a. C.: Cleopatra Selene se casó con el que ascendería al trono como Juba II de Mauritania, quien permitió a su esposa cultivar el recuerdo de su ilustre madre.
Tumba de Juba II de Mauritania y su esposa Cleopatra Selene II en Tipaza, Argelia (CC0 1.0)
La sabiduría de Cleopatra VII cayó en el olvido durante siglos. No obstante, parece lógico que si no hubiera recibido una buena educación, los romanos hubieran acabado con ella rápidamente. En un mundo lleno de poderosos personajes que deseaban verla muerta, Cleopatra fue capaz de burlarlos a todos.
Imagen de portada: Cleopatra y César (1866). Óleo de Jean-Léon Gérôme. (Public Domain)
Este artículo fue publicado originalmente en www.ancient-origins.net y ha sido traducido con permiso.

Fuentes:
Aleksander Krawczuk, Kleopatra, 1969.
Joyce Tyldesley, Cleopatra. Last Queen of Egypt, 2008.
Joann Fletcher, Cleopatra the Great. The Woman Behind The Legend, 2008.
http://www.ancient-origins.es/noticias-general-historia-personajes-famosos/la-sabidur%C3%AD-cleopatra-una-reina-culta-e-inteligente-que-dominaba-varios-idiomas-escrib%C3%AD-libros-003600?nopaging=1


El mito del incendio de la biblioteca de Alejandría por los árabes

                                      
La historia está poblada de leyendas y fábulas que resisten el paso del tiempo. Alguien dijo, con razón, que los historiadores, a fin de evitarse las molestias de las averiguaciones, se copian los unos a los otros. De manera que las leyendas siguen haciendo parte de la historia, pero ninguna de ellas ha tenido la tenacidad de aquella relativa al incendio de la biblioteca de Alejandría por los musulmanes. Esta falsedad ha sido repetida, de siglo en siglo, hasta el cansancio, en todos los idiomas. Hasta un escritor como Jorge Luis Borges incursionó poéticamente sobre el tema. La que sigue es una sucinta exposición fundamentada en las investigaciones de historiadores y científicos que logran precisar el origen y la razón de la falsificación.
Alejandría fue fundada cerca del delta del Nilo por Alejandro el Grande el 30 de marzo de 331 antes de Cristo. Ptolomeo I Soter (el ‘Salvador’), que había sido uno de los mejores generales de Alejandro, inició en Egipto una dinastía de sangre griega de la cual la famosa Cleopatra sería su último soberano.
Según lo manifiesta el obispo griego san Ireneo (c.130-c.208), Ptolomeo fundó en Alejandría, en el barrio del Bruquión, cerca del puerto, la que sería conocida como la Biblioteca-Madre, y ordenó la construcción del Faro, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Su hijo, Ptolomeo II Filadelfos (‘Amigo como Hermano’), llevó a cabo el proyecto de su padre construyendo el Faro y el Museo, este último considerado como la primera universidad del mundo en su sentido moderno, y además compró las bibliotecas de Aristóteles y Teofrasto, reuniendo 400.000 libros múltiples (symoniguís) y 90.000 simples (amiguís), como lo asevera el filólogo bizantino Juan Tzetzes (c.1110-c.1180) basado en una ‘Carta de Aristeas a Filócrates’ que data del siglo II a.C.
Por entonces los manuscritos se escribían sobre láminas de papiros, un vegetal muy abundante en Egipto, que crece en las adyacencias del Nilo. Según nos informa Plinio el Viejo (23-79) en su Historia Natural, a causa de la rivalidad de la Biblioteca de Pérgamo con la Biblioteca de Alejandría, Ptolomeo Filadelfos prohibió la exportación de papiro; en consecuencia, en Pérgamo se inventó el pergamino; éste se conseguía preparando la piel de cordero, de asno, de potro y de becerro, y cuando más lisa y suave fuera la piel que se utilizaba, más se la apreciaba. El pergamino era más resistente que la hoja de papiro y además ofrecía la ventaja de que se podía escribir sobre ambos lados.
Ptolomeo III Everguétis (el ‘Benefactor’) será el fundador de la Biblioteca-hija en el Serapeum (templo dedicado a Serapis, una divinidad que deriva de la unión de Osiris y Apis identificada con Dionisos), en la Acrópolis de la colina de Rhakotis, que sumará 700.000 libros, según el escritor latino Aulio Gelio (c.123-c.165). Esta finalmente reemplazará a la Biblioteca-madre a fines del siglo I a.C., luego del incendio provocado durante las luchas entre los legionarios de Julio César y las fuerzas ptolemaicas de Aquilas, entre agosto del 48 y enero del 47 a.C. en el puerto de Alejandría.
Durante el siglo IV d.C., luego de la proclamación del cristianismo como la religión oficial del imperio romano, la seguridad de los santuarios griegos comenzó a ser amenazada. Los viejos cristianos de la Tebaida y los prosélitos odiaban la Biblioteca porque ésta era, a sus ojos, la ciudadela de la incredulidad, el último reducto de las ciencias paganas. Por esa época parecía impensable que un siglo antes allí hubiera estudiado y formado cientos de discípulos un filósofo como Plotino (205-270), fundador del neoplatonismo.
La situación se tornó particularmente crítica durante el reinado de Teodosio I (375-395), el emperador que no aceptó tomar el título pagano de pontífice máximo y que trató de acabar con la herejía y el paganismo. Por orden de Teófilo, obispo monofisita de Alejandría, que había peticionado y conseguido un decreto imperial, el Serapeum, el complejo que contenía la preciosa biblioteca y otras dependencias fueron destruidos y saqueados. “Tras el edicto del emperador Teodosio I en el año 391, mandando cerrar los templos paganos, esta magnífica Biblioteca-hija pereció a manos de los cristianos en el 391, fecha de la violenta destrucción e incendio del Serapeum alejandrino; las llamas arrasaron allí la última y fabulosa biblioteca de la Antigüedad. Según las Crónicas Alejandrinas, un manuscrito del siglo V, fue el patriarca monofisita de Alejandría, Teófilo (385-412), conocido por su fanático fervor en la demolición de templos paganos, el destructor violento del Serapeum” (Pablo de Jevenois: “El fin de la Gran Biblioteca de Alejandría. La leyenda imposible”, en Revista de Arqueología, Madrid, 2000, p. 37).
El renombrado historiador y teólogo visigodo Paulo Orosio (m. 418 d.C.), discípulo de san Agustín, en su Historia contra los paganos, certifica que la biblioteca alejandrina no existía en 415 d.C.: “Sus armarios vacíos de libros… fueron saqueados por hombres de nuestro tiempo”.
Su desaparición significó la pérdida de aproximadamente el 80% de la ciencia y la civilización griegas, además de legados importantísimos de culturas asiáticas y africanas, lo cual se tradujo en el estancamiento del progreso científico durante más de cuatrocientos años, hasta que felizmente sería reactivado durante la Edad de Oro del Islam (siglos IX-XII) por sabios de la talla de ar-Razi, al-Battani, al-Farabi, Avicena, al-Biruni, al-Haytham, Averroes y tantos otros.
Mitómanos y detractores
Entre la avalancha de acusaciones que señalan a los árabes musulmanes como los autores de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, hemos seleccionado tres ejemplos. El primero se refiere a la nota titulada “¡Prendan fuego!”, firmada por Belisario Segón y aparecida en El Tribuno de Salta (domingo 23 de febrero de 1986, pp. 4 y 5). De la misma extractamos estos párrafos: “Ese ejercicio perverso de prender fuego al saber escrito -pretextando cualquier motivo de tipo religioso, racial, político o ideológico- pasó a la historia con el nombre de ‘omarismo’ (…) ¿Cuándo nace el ‘omarismo’? Probablemente con la quemazón de la Biblioteca de Alejandría. Se sabe que la incineración de sus libros respondió a un programa de gobierno cuyo jefe -en ese entonces dueño de un gran imperio- fue el califa Omar. Él, al mando de un ejército de 4.000 hombres, en nombre de Mahoma, entró a conquistar Egipto en el año 640. (…) Cuando llegó a tomar Alejandría, el oficial que comandó la patrulla que allanó la célebre biblioteca, el ignorante Amrú, se dirigió a Omar y le detalló la cantidad de libros existentes. Sin ninguna curiosidad por los legendarios y miles de papiros que había en los cientos de estantes, Omar -semianalfabeto y rudo- le espetó la siguiente frase a su miliciano: ‘Si esos escritos están conformes con el Corán, son inútiles, y si ocurre lo contrario no deben tolerarse’. Entonces Amrú, dando voces de mando, salió a quemar la Biblioteca de Alejandría, como venganza de los árabes que veían en sus guerras santas el reinado de Dios. Los volúmenes y papiros fueron extraídos del edificio y enviados a las calderas de los baños de la ciudad. Sirvieron de combustible durante seis meses, perdiéndose el tesoro de la humanidad más preciado: Los manuscritos originales de los mejores pensadores griegos, judíos y egipcios. El ‘omarismo’ había logrado su objetivo gracias a un grupo de sarracenos fanatizados. (…) El fanatismo de Omar, ¿hasta cuándo seguirá acechando a las obras maestras escritas y a las bibliotecas de todos los tiempos?”.
El segundo ejemplo fue publicado por el matutino Clarín (martes 25 de septiembre de 1990), en su suplemento de Ciencia y Técnica (p. 3), con el título “¡Algo se quemó en Alejandría!” y la signatura del articulista Leonardo Moledo, que dice cosas como éstas: “La calurosa costumbre de quemar libros dista de ser un invento moderno. La Biblioteca de Alejandría, que fue la más grande de la antigüedad, terminó su larga vida al ser incendiada por el califa Omar en el año 644, que lo hizo basándose en un curioso argumento: ‘Los libros de la biblioteca o bien contradicen al Corán, y entonces son peligrosos, o bien coinciden con el Corán, y entonces son redundantes. Este razonamiento notable, que fue objeto de un exquisito comentario del filósofo argentino Tomás Simpson, costó a la memoria humana una buena cantidad de obras irrecuperables”.
El último ejemplo son los versos finales del poema de Borges que lleva por título “Alejandría, 641 A.D.” (J.L. Borges: Obra Poética, Emecé, Buenos Aires, 1977, pp. 507-508):
En el siglo I de la Hégira,
Yo, aquel Omar que sojuzgó a los persas
Y que impone el Islam sobre la tierra,
Ordeno a mis soldados que destruyan
Por el fuego la larga Biblioteca…
Los inventores de la leyenda
El profesor Mustafá el-Abbadi, doctorado en la Universidad de Cambridge y director de la Nueva Biblioteca de Alejandría, es el especialista que ha analizado concienzudamente los pormenores de la invención, esclareciendo acabadamente sobre los personajes y móviles que la fraguaron: “En el año 642, el general árabe Amr conquistó Egipto y ocupó Alejandría. Los acontecimientos del comienzo de la conquista árabe han sido relatados por historiadores de ambos bandos, tantos árabes como coptos y bizantinos. Sin embargo, durante más de cinco siglos después de la conquista no se puede encontrar ninguna referencia a una biblioteca de Alejandría bajo la dominación árabe. De repente, a principios del siglo XIII, encontramos un relato en el que se describe cómo Amr había quemado los libros de la antigua biblioteca de Alejandría” (Mustafá el-Abbadi: La Antigua Biblioteca de Alejandría. Vida y destino, Unesco, París-Madrid, 1994, p. 184).
Seguidamente, el profesor El-Abbadi se refiere a dos escritores árabes que, por razones estrictamente relacionadas a su tiempo, se encargaron de fabricar los argumentos que darían pie a la leyenda. Uno es Abdulatif al-Bagdadi, nacido y muerto en Bagdad (1162-1231); el otro es Ibn al-Qifti, nacido en Qift (la antigua Coptos), Alto Egipto, en 1172, y fallecido en Alepo en 1248. Sobre Abdulatif dice El-Abbadi que “era un gran médico que residió en Siria y Egipto hacia el 1200 (565 de la Hégira). A raíz de su visita a Alejandría cuenta en un texto confuso que vio el gran pilar (normalmente llamado el Pilar de Pompeyo), alrededor del cual se encontraban otras columnas. Entonces añade una opinión personal: “Creo -dice- que se trataba del emplazamiento del pórtico donde Aristóteles y sus sucesores impartían sus enseñanzas; era el centro de estudio creado por Alejandro cuando fundó la ciudad; ahí se encontraba el almacén de libros que fue incendiado por Amr, por orden del califa Omar [Viaje a Egipto, Ifada wa I’tibar]. Es evidente que lo que Abdulatif dice a propósito de Aristóteles y Alejandro es incorrecto; el resto de sus afirmaciones acerca del incendio del depósito de libros no está documentado y por lo tanto no tiene valor histórico.” (El Abbadi: Op. cit., p. 185).
Vale recordar que Aristóteles nunca estuvo en Alejandría y que cuando Alejandro fundó su primera Alejandría delante de la isla de Faros, no vería ningún edificio pues partió rápidamente hacia el oasis de Siwa para luego continuar con su expedición al Asia Central y la India. La clave de esta fábula es, sin embargo, Ibn al-Qifti. Éste relata que había un cura copto llamado Juan el Gramático que presenció la ocupación de Alejandría por los musulmanes y trabó amistad con Amr Ibn al-‘Ãs al-Quraishi (594-663) -el fundador de al-Fustat (origen urbano de El Cairo)-, a quien solicitó el acceso a los libros de sabiduría que pudieran encontrarse en el tesoro real de los bizantinos, negándose Amr a disponer de tales libros sin la autorización del califa Umar Ibn al-Jattãb (591-644), la que solicitó por carta, recibiendo la respuesta conocida.
Ibn al-Qifti comete una acronía al ubicar a Juan el Gramático a mediados del siglo VII. Éste, también llamado Juan Filopón (Philoponos), había sido un filósofo y gramático griego cristiano que vivió entre 490 y 566 y jamás pudo estar con vida en Alejandría en 641. Dice El-Abbadi: “Más importante es el segundo relato, mucho más completo, que Ibn Al-Qifti proporciona en su Historia de los Sabios (en el siglo XIII d.C. o siglo VII de la Hégira)… Amr ordenó entonces repartir los libros entre los baños de Alejandría para que fueran utilizados como combustible para la calefacción, se requirieron seis meses para quemarlos.” “Escuchad y maravillaos”, concluye el autor.
Después de Ibn Al-Qifti, otros autores árabes repitieron su relato, a veces entero, a veces de forma abreviada. No fue conocido en Europa hasta el siglo XVII, cuando dio pie a una polémica sobre la autenticidad de todo el relato. Éste ha sido criticado en numerosas ocasiones, aunque apenas hay dudas de que J.H. Butler, también arabista, era el historiador más calificado para formular objeciones [J.H. Butler: The Arab Conquest of Egypt, Oxford, 1902; 2ª ed., P.M.Fraser, 1978, pp. 400 y ss.] … A partir del siglo IV los libros solían ir escritos sobre pergamino, que no arde. El móvil del uso económico, consistente en quemar los libros para calentar los baños públicos, revela el carácter ficticio de toda la historia” (El-Abbadi: Op. cit., pp. 186-187).
Analicemos hasta qué punto son absurdos los argumentos de esta leyenda. Se pretende que el número de los baños que fueron calentados por los volúmenes de la biblioteca eran cuatro mil. Por consiguiente, si se hubieran destruido veinte volúmenes solamente por baño y por día, el total luego de seis meses sería de 14 millones cuatrocientos mil volúmenes. Ahora bien, si los baños de Oriente tenían piscinas de agua caliente a sesenta grados, es totalmente imposible que veinte volúmenes puedan dar el número necesario de calorías; y si tenemos que multiplicar por cinco, como ejemplo, el número de volúmenes de cada baño, se pasará al límite del desatino. Tengamos presente que el número mayor de volúmenes que albergó la biblioteca alejandrina fue de setecientos mil, y es probable que ésa sea incluso una cifra un poco exagerada.
Ahora veamos el resto de la investigación del profesor El-Abbadi que nos conducirá a una insospechada conclusión: “Primeramente, el pasaje relativo a Juan el Gramático esta extraído casi literalmente de la obra de Ibn Nadim [que vivió en Bagdad entre 936-c.995/998, autor del famoso Kitab al-Fihrist, ‘El Libro de los índices’]… Es significativo que Al-Nadim hubiera consignado todos los detalles tomados por Al-Qifti sobre la vida de Juan el Gramático, incluyendo su relación con Amr; pero no menciona la conversación sobre la biblioteca… en cuanto al pasaje relativo al divertido intercambio de mensajes entre Amr y el califa, y el modo tan utilitario de emplear los libros para calentar los baños, no se encuentra ninguna fuente más antigua. Esto muestra que, hasta el siglo XII, los escritores árabes y bizantinos se interesaban por la Biblioteca de Alejandría y su historia, pero ninguno de ellos tenía constancia de que hubiera sobrevivido hasta la conquista árabe. Es, por lo tanto, razonable pensar que sólo el tercer pasaje, el que se refiere a los libros arrojados al fuego por Amr, es una invención correspondiente al siglo XII (siglo VII de la Hégira).
Para confirmar esta suposición, hay que aportar dos precisiones. ¿Qué acontecimiento se produjo en el siglo XII que pudiera suscitar un repentino interés por el destino de la Biblioteca de Alejandría y que se llevara a responsabilizar a Amr de su destrucción? Por otra parte, ¿por qué después de un total silencio de más de ocho siglos tras la destrucción del Serapeum, Ibn Al-Qifti se muestra tan deseoso de contar tal historia con todo lujo de detalles?
Para responder a la primera pregunta, debemos recordar que los siglos XI y XII (siglos V y VI de la Hégira) fueron una época decisiva en la historia de las Cruzadas y determinante en la historia del mundo. Es en esos dos siglos cuando se decide el futuro de la historia del mundo… Por entonces ya se sabía que, en las grandes ciudades del mundo musulmán, había bibliotecas célebres que reunían gran cantidad de libros y, concretamente, antiguos libros griegos… La traducción del árabe al latín se convirtió en un elemento clave para el renacimiento del saber, y muchas obras de los clásicos griegos fueron conocidas indirectamente en Europa gracias a traducciones árabes. Además de las obras de Euclides, las de Hipócrates y las de Galeno, la Almagesta de Ptolomeo, las de Aristóteles con los comentarios de Avicena, las de Averroes y muchas otras fueron sistemáticamente investigadas y traducidas del árabe al latín en Occidente, durante los siglos XII y XIII.
Durante esa época, la situación de los libros y de las bibliotecas en el Oriente musulmán fue totalmente diferente. Algunos incidentes ocurridos en tiempos de las Cruzadas, en los siglos XI y XII, tuvieron como consecuencia la destrucción de las bibliotecas. El primer hecho de este tipo tuvo lugar durante la gran hambruna que azotó Egipto hacia 1070 (460 de la Hégira): el califa fatimita Al-Mustansir se vio obligado a poner en venta miles de libros de la Gran Biblioteca Fatimita de El Cairo para pagar a sus soldados turcos. En cierta ocasión vendió “18.000 libros relacionados con las ciencias antiguas”…
Tras establecer su poder en Egipto, Saladino necesitaba mucho dinero para proseguir sus campañas contra los cruzados y pagar a quienes le habían ayudado o servido. Por eso ofreció o puso en venta muchos de los tesoros que había confiscado. Sabemos que en dos ocasiones las colecciones de las bibliotecas públicas figuraron entre estos tesoros… Según Maqrizi [historiador nacido en el Líbano en 1365 y muerto en Egipto en 1442, autor de al-Jitat, ‘El Catastro’], después de que Saladino conquistara Egipto (1171, 567 de la Hégira), anunció la distribución y venta de los enseres de la célebre biblioteca fatimita… El hecho aparece confirmado por los detalles aportados por Abu Shama [historiador damasquino que vivió entre 1203-1268, autor de Kitab ar-Raudatein fi ajbar al-daulatein, ‘Libro de los dos jardines’], quien cita a uno de los ayudantes de Saladino, Al’Emad, que indicó que la biblioteca contenía en aquella época “120.000 volúmenes encuadernados en cuero de los libros inmortales de la antigüedad…; ocho cargamentos de camello transportaban parte de estos libros hasta Siria”. Así fue como Saladino liquidó los restos de una biblioteca que antaño, según Abu Shama, había contenido más de dos millones de volúmenes, antes de que los fatimitas empezaran a venderlos… De todo esto se deducen dos puntos importantes. En primer lugar, había un importante aumento de la demanda de libros en Occidente en la época de las Cruzadas, en concreto en el siglo XII, un período en el que Europa recupera el gusto por el saber y que ha sido llamado protorrenacimiento… El segundo aspecto sorprendente es la tristeza que se desprende de los relatos, y que se traduce en el sentimiento generalizado de rencor y descontento ante la pérdida de tan preciado patrimonio de sabiduría. Saladino fue punto de mira de amargas críticas, en particular de algunos supervivientes del antiguo régimen, a los que temía y que intentó eliminar. En consecuencia, era necesario que los partidarios del nuevo orden se movilizasen para defenderlo y justificar los actos del nuevo soberano. Sin duda fue por eso por lo que Ibn Al-Qifti [su padre había servido a Saladino como juez en Jerusalén y él mismo fue juez en Alepo desde 1214] hizo figurar en su Historia de los Sabios el fantasioso pasaje de la orden dada por Amr de utilizar los libros de la Antigua Biblioteca de Alejandría como combustible para calentar los baños públicos de la ciudad, con lo que daba a entender que es menor crimen el vender los libros en una situación de necesidad, que arrojarlos al fuego” (El-Abbadi: Op. cit., pp. 188-196).
La versión de Abulfaragius
Iuhanna Abu al-Farag Ibn al-Ibri (1226-1289), latinizado Abulfaragius Bar Hebraeus (‘el hijo del hebreo’), era hijo de un médico judío, Aarón de Malatia (hoy Turquía), que se hizo cristiano. En 1264 fue nombrado mafrián, arzobispo de los jacobitas orientales; su asiento estaba en Mosul (Irak), sin embargo, habitaba las ciudades iraníes de Tabriz y Maragha, donde residían los emperadores mogoles. Bar Hebraeus es autor de una voluminosa obra de la historia de Siria, país donde residió largo tiempo, y otra conocida en Occidente como “Historias de las Naciones” (History of Nations, traducida por Edward Pococke, Oxford, 1665; 2ª ed. 1806). Su obra, incongruente y contradictoria, no es para nada confiable. Los historiadores europeos de los siglos XVII y XVIII especializados en temas árabes e islámicos como Gibbon, Ocley, Gagnier, Boulainvilliers o Niebuhr sólo tomaron en cuenta sus descripciones geográficas y culturales, obviando sus comentarios sobre los hechos políticos, por lo general insubstanciales e indocumentados.
Los modernos investigadores señalan a este conspicuo representante monofisita como el propagador principal del mito de la quema de la biblioteca alejandrina por los árabes, que sirvió durante cierto tiempo para echar una columna de humo sobre la identidad del verdadero responsable, su correligionario Teófilo: “El hecho es que se trata de una invención tardía, con fines de desprestigio político, tejida en el siglo XIII, 600 años más tarde de la conquista árabe de Egipto y en plenas Cruzadas; su súbita aparición coincide con la breve conquista de Alejandría y Egipto por San Luis IX (1249-50), en la VII Cruzada, lo que despertaría el interés por la ciudad legendaria y reavivaría la memoria de la pavorosa destrucción por los cristianos monofisitas de la Biblioteca-Hija de Alejandría, la última gran biblioteca de la Antigüedad. El mismo siglo XIII que vio además a los últimos cruzados abandonar el Medio Oriente, tras el fracaso de la VII Cruzada y las victorias de Baybars, el sultán mameluco de Egipto, en 1260. Quien propagó la leyenda fue un enciclopedista sirio monofisita, Aboul Farag Ibn al-Ibri, monje de Antioquía, obispo de Lakabin a los veinte años, más tarde de Alepo y Primado de la comunidad cristiana oriental hasta su muerte (…) Su acusación aparece inserta en su Specimen Historiae Arabum, dentro de su obra más famosa, Chronicon Syriacum, historia universal desde Adam hasta su tiempo, escrita en siríaco, con un resumen en árabe. (…) El relato finaliza acusando al general Amru de haber quemado entonces los miles de libros de la famosa Biblioteca de Alejandría por orden del califa Omar, haciéndole a él y a su pueblo responsable ante la Historia de semejante hecatombe cultural. Así nació la versión imposible de la leyenda, a fines del medievo, en el siglo XIII. (…) Esta singular afirmación de Abulfaragius es un hapax legomenon, apareciendo una sola vez en todo el medievo. Incluso única en su género, provocaría la difusión en Occidente de la famosa leyenda atribuyendo el incendio de la Gran Bibloteca a sus más encarnizados enemigos de la época, a la religión rival monoteísta que llegaba triunfante del fondo del desierto arábigo. (…) La leyenda, sesgada y falsa, ignora completamente la afirmación del obispo de Constancia y padre de la Iglesia, Epiphanios (315-403), en su Patrología Graeca, quien afirmaba que “… el lugar de Alejandría donde una vez estuvo la Biblioteca, ahora es un páramo”. (…) Por tanto, la leyenda es, efectivamente, una fábula inventada, un engaño imposible que no resiste ni un somero análisis crítico. Los árabes nunca incendiaron la Gran Biblioteca de Alejandría; sencillamente porque, cuando llegaron en el siglo VII, ya hacía cientos de años que no existía” (Pablo de Jevenois: Op. cit, pp. 27, 28, 32 y 41).
En realidad, Abulfaragius no fue nada original y no hizo otra cosa que repetir las historietas de Abdulatif de Bagdad e Ibn al-Qifti ya explicadas.
Gustavo Le Bon (1841-1931), el islamólogo francés, añade que “Amru se mostró indulgente con los habitantes de la gran ciudad, y no sólo les evitó todo acto de violencia sino que procuró ganarse su voluntad, escuchando todas sus reclamaciones y procurando satisfacerlas. En cuanto al pretendido incendio de la biblioteca de Alejandría, semejante vandalismo eran tan impropio de las costumbres de los árabes, que cabe preguntarse cómo tan disparatada leyenda ha podido hallar crédito durante tanto tiempo entre muchos escritores formales (…) Ha sido facilísimo demostrar por medio de citas muy claras, que muchos antes de los árabes, los cristianos habían destruido los libros paganos de Alejandría con el mismo tesón conque habían destruido las estatuas, y por consiguiente que Amru no quemó ni halló libros que quemar” (G. Le Bon: La Civilización de los Arabes, Editorial Arábigo-Argentina “El Nilo”, Buenos aires, 1974, capítulo IV, p. 193).
“La leyenda muy bien pudo nacer de la necesidad de explicar la desaparición de la biblioteca, cuya existencia se conoció más tarde en el mundo musulmán cuando se tradujeron las obras de los grandes filósofos y científicos griegos al árabe” (Hipólito Escolar Sobrino: La Biblioteca de Alejandría, Gredos, Madrid, 2001, pp. 123-124).
Por último, quisiéramos citar el comentario que hace el doctor Muhammad Mahir Hamada para refutar los argumentos de la leyenda: “El hecho de quemar libros y de destruir los vestigios de las civilizaciones no está en la naturaleza del Islam ni en la de los musulmanes, puesto que el Islam es una religión que fomenta el saber y el estudio” (M.M. Hamada: Al-Maktabat fil-Islam ‘Las bibliotecas del Islam’, Al-Risala Publishers, El Cairo, 1390/1970, p. 24, en árabe).
Bibliófilos por tradición
Sabido es entre los hombres de ciencia y erudición que los musulmanes siempre han mostrado por los libros el mayor de los respetos y los cuidados. Siempre estuvieron más orgullosos de sus bibliotecas y librerías que de sus armas, palacios y jardines. Durante el siglo X, en la Alta Edad Media, cuando los castillos de los príncipes cristianos tenían bibliotecas de diez volúmenes, mientras no excedían de treinta a cuarenta las de los monasterios más famosos por su ciencia, como Cluny o Canterbury, la de los califas de Córdoba alcanzaban los cuatrocientos mil.
“Cuando los árabes, inspirados por las enseñanzas de Mahoma, salieron del desierto en el siglo VII, no tenían literatura excepto el Corán. En el curso de trescientos años, las bibliotecas musulmanas se extendieron desde España hasta la India por tierras que habían sido parte de los imperios romano, bizantino y persa. Contrariamente a muchos pueblos conquistadores, los árabes tenían gran respeto por las civilizaciones que conquistaban. Consideraban fuente de inspiración el conocimiento de los griegos, los persas y los judíos. Cuando el poeta abasida al-Mutannabi proclamó que “el asiento más honorable de este mundo es la montura de un caballo”, agregó que “el mejor compañero siempre será un libro”. (…) Influenciados por las antiguas tradiciones literarias de Bizancio y Persia, los árabes estudiaron las ciencias filosóficas: medicina, astronomía, geometría y filosofía. Al principio traducían trabajos antiguos, pero los musulmanes, que poseían el conocimiento sagrado, pronto contribuyeron prolíficamente a la literatura científica. A través de sus trabajos la Europa cristiana recibió la inspiración para su Renacimiento” (Fred Lerner: Historias de las bibliotecas del mundo. Desde la invención de la escritura hasta la era de la computación, Editorial Troquel, Buenos Aires, 1999, capítulo V, Bibliotecas del mundo islámico, p. 85).
El arabista e islamólogo holandés Reinhart Dozy (1820-1883) en su pormenorizado trabajo sobre la España islámica, nos ofrece estos datos ejemplares sobre el cordobés al-Hakam II (califa entre 961 y 976): “Nunca había reinado en España príncipe tan sabio, y aunque todos sus predecesores habían sido hombres cultos, aficionados a enriquecer sus bibliotecas, ninguno buscó con tal ansia libros preciosos y raros. En El Cairo, en Bagdad, en Damasco y en Alejandría, tenía agentes encargados de copiarle o de comprarle a cualquier precio libros antiguos y modernos. Su palacio estaba lleno, era un taller donde no se encontraban más que copistas, encuadernadores y miniaturistas. Sólo el catálogo de su biblioteca se componía de cuarenta y cuatro cuadernos, de veinte hojas, según unos, de cincuenta según otros, y no contenía más que el título de los libros, no su descripción. Cuentan algunos escritores que el número de volúmenes subía a cuatrocientos mil. Y Haquem los había leído todos, y lo que es más, había anotado la mayor parte (…) Libros compuestos en Persia y en Siria le eran conocidos, muchas veces antes que nadie los hubiera leído en Oriente” (R. Dozy: Historia de los Musulmanes de España, Ediciones Turner, Madrid, 1984, Tomo III, El Califato, V, pp. 97-98).
La fuente: El autor es historiador, miembro del Instituto Argentino de Cultura Islámica.
Por Ricardo Shamsuddín Elía
http://www.elcorresponsal.com/
— Visto en: El-Amarna
Fuente: http://hermandadblanca.org/el-mito-del-incendio-de-la-biblioteca-de-alejandria-por-los-arabes/