miércoles, 20 de marzo de 2013

EL PEQUEÑO DICTADOR





 
EL PEQUEÑO DICTADOR
Ambientes donde el niño es el centro de las atenciones, donde carece de cualquier otro tipo de responsabilidad que no sea la escuela, donde se le satisface cualquier antojo inmediatamente, propician que el cerebro se convierta en un cerebro frágil. El lóbulo frontal regula y organiza la información de forma lógica, de acuerdo con principios racionales, sociales, morales y éticos. Si el niño no se ve enfrentado a situaciones de responsabilidad y no sufre las consecuencias de sus elecciones, este lóbulo no tendrá la suficiente información para su desarrollo.
La actual generación de padres puede influir en el retardo madurativo del lóbulo frontal, adoptando conductas permisivas y sumisas y proporcionando a sus hijos un hogar carente de valores, virtudes y carácter. El criar niños sin responsabilidad, intolerantes a la frustración, consentidos hasta el mínimo capricho, ocasiona este retardo en el lóbulo frontal, que hará de ellos adultos incapaces de tomar decisiones importantes, con un estado de dependencia permanente hacia sus padres y los demás. El dominio emocional y fortalecimiento del carácter son determinantes en el desarrollo cognitivo e intelectual de la personas. El humano es un ser que se desarrolla adecuadamente cuando establece vínculos correctos con los demás; si no resuelve esta necesidad padece sufrimientos psicológicos y resulta vulnerable social y biológicamente.
Es importante que, desde el principio, los acostumbremos a no darles todo aquello que nos piden, aunque económicamente no nos suponga problema. Los niños deben valorar las cosas, aprender a esperar, a soñar, a desear lo que quieren, a esforzarse por conseguir lo que anhelan y a no frustrarse cuando no lo pueden obtener. De otro modo empiezan por no darle valor a las cosas y terminan por no darle valor, a las personas. Es muy positivo hacerles saber que hay otros niños que no tienen juguetes, que no tienen nada, que compartir proporciona felicidad; no acaparar, ésa es una forma de regalarles la semilla de la solidaridad y de erradicar el temprano egoísmo. El niño ha de ser rico, pero en el número de sonrisas que recibe. La actividad lúdica es fundamental para el desarrollo global del niño.
Formar hijos íntegros y humanos no es tarea fácil, existe una gran presión social y familiar para educarlos en un mundo de consumismos, complacencias, mediocridades y flojera. Necesitamos padres valerosos que confronten y desafíen a otras familias en el quehacer formativo, padres que ejerzan la durísima cotidianeidad educativa. Educar exige constancia, asiduidad, entrega, disgustos y sonrisas compartidas. No admite el desánimo ni la vacación. Es un programa de vida, un marcarse objetivos e ir cumpliéndolos, repetir los ejemplos correctos sin desfallecimiento. Educar es lo más bello, es compartir, ser flexible, tener criterio, es arduo, es preocuparse, pensar, disgustarse, es tiempo y tiempo, es querer, es llorar, es ilusionarse y aplaudir. Es vida, pura vida. Es transmisión.
Dar a los niños de todo como: juguetes, dinero, objetos, dejarles hacer lo que quieren, ceder ante sus deseos, es un error, pues haremos de ellos unos egoístas y caprichosos, unos consentidos. Pareciera que en la actualidad lo fundamental es complacer a los hijos para evitar enfrentarlos y contradecirlos, sin importar que eso pueda causarles confusión, y sea el origen de sus conductas egoístas, demandantes, impulsivas y hasta agresivas. Estamos enfermos de híper-hedonismo.
Uno de los mayores errores que se pueden cometer con los niños es sobreprotegerlos. Lejos de ayudarlos, les impedimos que elaboren sus propios recursos, que sean realistas, que desarrollen su sentido común, que, en definitiva, se preparen para la vida. Autoridad, cuyo origen latino viene del término auctoritas, significa: Aumentar, hacer crecer, ayudar a ser más y mejor, acrecentar. Es una postura ante los hijos de ser y estar, de mostrar coherencia, de ser paciente y firme siempre, de no dejar de educar en ningún momento y estar disponible para ayudarles cuando lo necesiten.
EDUCAR CON ESFUERZO.
Los que de pequeños se esfuerzan lo mínimo, harán lo mismo de adultos. Son niños que siempre argumentan excusas. Hay que buscar el dominio de uno mismo, educar en el esfuerzo cotidiano, en el creciente fortalecimiento de la voluntad referida a todos los ámbitos, ya sean afectivos, intelectuales, deportivos, culturales, psicológicos o espirituales. Hay que desarrollar el nivel de logro que los hijos se marcan y exigirles autonomía y responsabilidad. El esfuerzo y la tenacidad son lo que da valor real a la vida; lo que se logra con trabajo y empuje se valora, y por tanto, se respeta.
EL ENTORNO FAMILIAR.
Lo que más moldea la personalidad del niño es el aprendizaje en la familia. La familia es una micro-sociedad donde el niño comienza a utilizar los valores de interrelación social que le van a marcar las pautas de conducta a utilizar cuando se vea inmerso en la sociedad en general. Relacionarse con un amplio número de miembros familiares favorece la correcta socialización y aporta un amplio espectro de modelos.  El niño tirano vive en familias pequeñas, suele ser intolerante, individualista, demandante de acción inmediata y tiende hacia el aislamiento y el hedonismo. Y los padres, al preocuparse por satisfacer cualquier capricho de los hijos, se convierten en padres obedientes de sus hijos.
Una familia sana es aquella en la que se puede hablar con libertad, en la que hay disgustos y se aceptan, en la que impera la sonrisa. La que comparte iniciativas y afectos y transmite motivaciones. Asistir a manifestaciones culturales, practicar deporte, comentar lo leído, ir a la iglesia, son algunas de las muchísimas actividades que dan sentido a la vida en familia. Está abierta al exterior, pero permite un clima de organización, de equilibrio, de calidez. Es fundamental tener un posicionamiento alegre y positivo en la familia y transmitirlo a sus miembros y a la sociedad.
El acto de darles a cumplir algunas obligaciones, además de las escolares, los hace más humildes, responsables y bondadosos, y por consiguiente, menos tiranos.  Hay que educar en el afecto, la tolerancia, la empatía y a administrar la capacidad para planificar, para demorar los impulsos; ésta es la auténtica prevención. Enseñar a labrar el propio ser con amor, sembrándolo de generosidad. Transmitir una fundada sospecha de la perduración de las cosas, algo con lo que convivimos, pues cuando se nos mueren los nuestros, anticipamos nuestra propia muerte. Hay que domar el sentido de la vida, incluyendo un componente vital, como la espiritualidad.
Los padres quieren lo mejor para sus hijos y se preocupan por su educación, pero algunos han errado en sus prioridades, la educación de los hijos ha de ocupar los primeros puestos. Lo fundamental no es que los hijos cuenten con recursos abundantes ni con otras ayudas, sino con nuestra implicación permanente en su vivir diario y muy especialmente en su formación. Los niños necesitan ser escuchados, demandan atención, tiempo, dedicación, ilusión, que se disfrute con ellos. Precisan normas, conceptos, que se les enseñe a debatir, a aceptar la crítica, a reírse de sí mismos; y esto no es factible si el padre y la madre están siempre ausentes, o cuando están no se dedican al niño.
LOS PADRES SON LOS VERDADEROS RESPONSABLES EN LA EDUCACIÓN DE SUS HIJOS, ESTA NO PUEDE SER DELEGADA A LOS DEMÁS.
La adolescencia, responsabilidad y amor a la verdad.  Nuestros hijos, más que nunca, se enfrentarán por ellos mismos con la pornografía, el satanismo, el materialismo, la drogadicción, la vulgaridad y la glorificación de la violencia. Necesitarán una familia valerosa que pueda decir "no" y mantenerse firme en sus reglas y normas familiares, a pesar de la presión psicológica que pueden ejercer hacia sus padres para obtener sus deseos. No estaría mal que los jóvenes conozcan lo que cuesta cada plaza escolar, ponerlo en la puerta de cada clase. Los padres han de hacer comprobar al hijo que es mucho más ventajoso decir la verdad (aunque suponga el reconocimiento de algo mal hecho). Como siempre, se basa en el ejemplo de los adultos, en la responsabilidad y en evitar la complicidad o entender la mentira.
TEXTO: “EL PEQUEÑO DICTADOR” del autor: Javier Urra, psicólogo clínico y pedagogo terapeuta.

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