domingo, 24 de marzo de 2013

Se enseña lo que se es



                                           
Cuentan que, en cierta ocasión, San Francisco de Asís invitó a un fraile joven a que le acompañara a la ciudad para predicar. Se pusieron en camino y estuvieron por un buen rato recorriendo las calles de la ciudad saludando con cariño a las personas que encontraban. De vez en cuando, se detenían para acariciar a un niño, consolar un anciano, ayudar a una señora que volvía del mercado cargada de bolsas. Al cabo de un par de horas, Francisco le dijo al compañero que ya era hora de regresar al convento.
-Pero, ¿no vinimos a predicar? –preguntó el fraile con extrañeza. Francisco le respondió con una sonrisa muy dulce:
-Lo hemos estado haciendo desde que salimos. ¿Acaso no viste cómo la gente observaba nuestra alegría y se sentía consolada con nuestros saludos y sonrisas?
Sólo es posible educar valores si uno lucha y se esfuerza por construirlos en su propia vida. Con frecuencia, hablamos de valores, proponemos valores, mostramos valores, reflexionamos valores, pero no los enseñamos porque no los vivimos, porque no nos comprometemos a encarnarlos en nuestro actuar cotidiano. Padres y maestros deben plantearse, con humildad y con responsabilidad, ir siendo modelos de vida para sus hijos y alumnos, de modo que estos los perciban como personas comprometidas en su continua superación. Sólo podrá enseñar valores el que se esfuerza por enseñárselos a sí mismo, el que lucha por levantarse de sus debilidades y se compromete día a día a ser mejor. En una cultura y un mundo donde niños y jóvenes son bombardeados con propuestas de modelos huecos, narcisistas y vanos, donde la plenitud se degrada a mero consumir y aparentar, necesitamos transformar profundamente los actuales centros educativos si queremos realmente incidir en la formación de los alumnos. De meros lugares de enseñanza e instrucción o depósitos de niños y de jóvenes mientras sus padres trabajan, los centros educativos deben concebirse como espacios para practicar, vivir y desarrollar los valores que se consideran esenciales para el individuo y la colectividad. Por ello, deben entenderse y asumirse como comunidades de vida, de participación democrática, de diálogo, trabajo y aprendizaje compartido. Comunidades educativas que rompen las absurdas barreras artificiales entre escuela, familia y sociedad, en las que se aprende porque se vive, porque se participa, se construyen cooperativamente alternativas a los problemas individuales y sociales, se fomenta la iniciativa, se toleran las discrepancias, se promueve y se practica día a día y en todas las instancias y momentos la solidaridad y el servicio. Educar valores implica que cada maestro y profesor entiende y asume que no es sólo docente de una determinada área o materia, sino que fundamentalmente es maestro de humanismo, que su función va mucho más allá de transmitir conocimientos o preparar a los alumnos para que pasen con éxito una serie de pruebas y de exámenes. Educar, una vez más, es formar personas, cincelar corazones, abrir horizontes y caminos de vida plena y estimular con el ejemplo y la palabra a caminarlos. No olvidemos nunca que si bien uno explica lo que sabe o cree saber, UNO ENSEÑA LO QUE ES.
(Tomado de “En casa con Dios”)

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