Había un monje que vivía en un desierto. Ayunaba a menudo y vivía humildemente.
Mucha gente de los alrededores lo tenía por santo, y decían que él era el hombre que estaba más cerca de Dios. Así parecía, puesto que el monje se pasaba mucho tiempo en serena oración y diálogo con Dios.
Mucha gente de los alrededores lo tenía por santo, y decían que él era el hombre que estaba más cerca de Dios. Así parecía, puesto que el monje se pasaba mucho tiempo en serena oración y diálogo con Dios.
Un día llegó a los oídos del monje lo que la gente decía de él, y lleno de curiosidad, empezó a orarle a Dios pidiéndole que le indicara que si era verdad que él era el hombre más santo.
Oró mucho y con mucha devoción por días enteros. Hasta que una noche mientras dormía, se le presentó un ángel en su sueño. El ángel le dijo que Dios había escuchado sus oraciones y que el hombre más santo era el carnicero que vivía en un pequeño pueblo al sur del desierto.
Oró mucho y con mucha devoción por días enteros. Hasta que una noche mientras dormía, se le presentó un ángel en su sueño. El ángel le dijo que Dios había escuchado sus oraciones y que el hombre más santo era el carnicero que vivía en un pequeño pueblo al sur del desierto.
Cuando despertó estaba confuso y sorprendido, pues en aquella época los carniceros gozaban de muy mala fama. Pero obediente se decidió ir a concer al carnicero, ya que si Dios lo consideraba el hombre más santo, quería seguir sus pasos y aprender de él.
Llegó al pueblo y pudo observar al carnicero. No encontró en él nada extraordinario. Era brusco, algo malhumorado y piropeaba a todas las mujeres que llegaban a comprarle carne.
El monje estuvo todo el día en la carnicería. El carnicero no se atrevía por respeto a dirigirle la palabra. Pero cuando estaba a punto de cerrar no le quedó otro camino que preguntarle qué era lo que deseaba.
El monje estuvo todo el día en la carnicería. El carnicero no se atrevía por respeto a dirigirle la palabra. Pero cuando estaba a punto de cerrar no le quedó otro camino que preguntarle qué era lo que deseaba.
El monje le contó lo que había soñado y el carnicero quedó sorprendido.
“Mire-le dijo el carnicero-yo no dudo que usted haya tenido ese sueño. Pero me sorprende mucho lo que le dijo el ángel. Yo soy un gran pecador y aunque voy a la iglesia, no lo hago con la frecuencia con que debería. Pero en fin, mi casa es su casa”. Y lo invitó a ir a comer con él.
Cuando llegaron a la casa, el carnicero le dijo que se sentara un momentito porque antes de atenderlo, tenía que atender a otra persona. El monje observó que el carnicero entró a una habitación en donde estaba un anciano acostado, al cual le dio de comer y lo arropó con cariño.
“Perdone mi indiscreción, le dijo el monje, ¿es su padre?”
“No lo es”, le respondió el carnicero. “Es una larga historia”.
“¿Podría contármela?”, dijo el monje.
“A usted se la contaré pues sé que los monjes saben guardar secretos. Este hombre fue quien mató a mi padre. Cuando me di cuenta, mi primer impulso fue matarlo para vengarme. Pero estaba viejo y enfermo, y sentí pena por él. Luego recordé a mi padre, que siempre me enseñó a perdonar y en su nombre decidí tratarlo con amor, como hubiera tratado a mi padre, si aún viviera…”.
“No lo es”, le respondió el carnicero. “Es una larga historia”.
“¿Podría contármela?”, dijo el monje.
“A usted se la contaré pues sé que los monjes saben guardar secretos. Este hombre fue quien mató a mi padre. Cuando me di cuenta, mi primer impulso fue matarlo para vengarme. Pero estaba viejo y enfermo, y sentí pena por él. Luego recordé a mi padre, que siempre me enseñó a perdonar y en su nombre decidí tratarlo con amor, como hubiera tratado a mi padre, si aún viviera…”.
Fuente: Almanaque Escuela Para Todos 2006.