La mente puede curar, y de hecho cura. La eficacia y realidad del efecto placebo es indiscutible. Pero la mente funciona igualmente en dirección opuesta. Puede matar. A esto último se llama efecto nocebo.
Quizás hubiera escuchado alguna palabra suelta y hasta es posible que un cierto esbozo de conversación sobre el asunto, pero cuando realmente me enfrenté de manera mas o menos organizada y seria a la problemática que plantea fue durante mis años en la industria farmacéutica. Me refiero al conocido por todos como efecto placebo.
Aparentemente todo es simple. Se trata de probar un nuevo medicamento, una droga como se dice en terminología legal. Se selecciona sin especial cuidado un colectivo de voluntarios. A unos se les suministra la droga cuyos efectos terapéuticos se trata de evaluar in vivo.A otros sencillamente agua con azúcar, advirtiendo, claro, que están tomando una droga, precisamente la sometida al test en humanos, para que interioricen su consumo destinado a la finalidad terapéutica de que se trata. Pues bien, el efecto placebo consiste en que muchos de los que ingirieron azúcar reflejaron los mismos síntomas y efectos que aquellos que consumieron la droga en cuestión.
La medicina, como digo, llama a esto efecto placebo. Algunos otros investigadores como Lipton prefieren, con razón, utilizar la expresión mas gráfica, y para mi mucho mas ilustrativa, de “efectos de las creencias”, queriendo resaltar y llamar la atención sobre un aspecto capital: que nuestras ideas, percepciones, creencias, sean o no acertadas, tengan o carezcan de base fáctica o racional, tienen un efecto directo e inmediato sobre nuestro organismo, sobre nuestro comportamiento.
Es así de lineal: el poder de la mente, expresado en términos de creencia, sobre el cuerpo, sobre el organismo. En una dirección, en este caso: la curativa, por así decir. Con palabras mas llanas: el poder de la mente en la curación de dolencias y enfermedades sin auxilio de agentes exteriores como los fármacos. ¿Se necesitan mayores evidencias de que la mente puede controlar el cuerpo?. Siendo esto así, dado que la mente puede producir “moléculas de emoción”, ¿acaso hay duda de los efectos orgánicos de las emociones?
Muchos “científicos” actuales lo niegan de manera tan rotunda como obtusa. Para la medicina tradicional el efecto placebo es cosa de curanderos, visionarios o sencillamente pacientes altamente sugestionables con los que no se puede construir un patrón de comportamiento “científicamente válido”. Por eso siguen cuestionando, aunque cada día con menos fuerza y convicción, que el aparato emocional influya de modo decisivo en el aparato orgánico. Una cosa es que sepamos cómo. Otra que neguemos el qué. El hecho es, según todas las evidencias, que lo emocional controla lo orgánico, o cuando menos lo afecta de manera muy potente.afecta. Descubrir el modo y manera en que se producen, el mecanismo a través del cual se actúa, es harina de diferente costal. En eso están algunos. Contra muchos vientos y mareas. Los vientos y las mareas, por cierto, no son necesaria y exclusivamente escrupulosos científicos. Si desechamos el poder de la mente en la curación de las enfermedades nos quedan dos mecanismos: la droga, esto es, el fármaco, y la cirugía. Ambos acompañados al compás de las sofisticadas técnicas de diagnóstico. Y hablamos de capitales gigantescos invertidos en la industria farmacéutica reclamados de amortización y rentabilidad.
Hablando de cirugía, un postulado tradicional era el siguiente: “en cirugía no cabe el efecto placebo” Bruce Moseley publicó en 202 un estudio sobre la cirugía de rodilla y en concreto traba de averiguar qué parte de la cirugía provocaba la mejora en los pacientes. Para ello, llevado de ese afán de saber lo inconveniente que caracteriza al verdadero investigador, dividió el grupo en tres secciones. Al primero le rebajó el cartílago dañado. Al otro le limpió la rodilla para erradicar cualquier material que pudiera ser responsable del efecto inflamatorio. Estas dos intervenciones constituyen lo que podríamos llamar tratamientos clásicos en estas dolencias. Al tercer grupo sencillamente no le hizo nada. Sedó a los pacientes, hizo las tres incisiones de rigor, habló y actuó como normalmente lo hacía en todas sus intervenciones quirúrgicas y llegó hasta meter la mano en los sueros salinos para imitar el ruido que se produce al limpiar la articulación. Tardó cuarenta minutos en esta operación “virtual” y cosió. A los tres grupos se les aplicaron idénticos tratamientos o cuidados postoperatorios.
Los resultados fueron para algunos sorprendentes. Los dos primeros grupos mejoraron, conforme a lo previsto y a la experiencia de casos similares. El problema es que el tercer grupo también mejoró y lo hizo con idéntica intensidad a los dos operados. Para evidenciarlo se mostraron imágenes del grupo placebo jugando al baloncesto, corriendo y haciendo cosas que les resultaban imposibles antes de ser “operados”.
Miles de ejemplos ilustrarían esta entrada. No son necesarios. El poder de la mente es obvio. Por mucho que lo niegue la medicina convencional y afecte a los intereses de la industria farmacéutica. Es sólo, como tantas cosas, cuestión de tiempo.
Ahora quiero llamar la atención sobre lo contrario, lo que se llama efecto nocebo. La mente puede curar, como acabo de describir, pero ele principio, el mecanismo tambien funciona en dirección opuesta: puede matar.
Clifton Meador llevaba reflexionando sobre el poder de la mente durante mas de treinta años. En 1974 tuvo un paciente.Su nombre era Sam Londe que decía padecer cáncer de esófago, enfermedad que por aquellos días era sencillamente letal. Le trataron el cáncer con técnicas convencionales, convencidos todos los médicos que ese tipo de cáncer necesariamente recidivaría, esto es, se reproduciría. Sin solución. En efecto: Londe murió poco después de su diagnóstico y tratamiento.
Decidieron practicar la autopsia. No encontraron ningún cáncer. En cualquier caso, ni por asomo células cancerígenas capaces de producir las muerte. Tenía un par de manchas en el hígado y otra en el pulmón, pero ni rastro del supuesto cáncer de esófago que oficialmente era el responsable de su muerte.
¿De qué murió si no tenía cáncer?. Treinta años después, Meador sigue dando vueltas al asunto:
-Creí que tenía cáncer. El creyó que tenía cáncer. Todos cuantos le rodeaban creían que tenía cáncer… ¿Le robé la esperanza de alguna forma?
Terrible pregunta. Pero ahí queda, en el aire de las conciencias. El efecto placebo funciona. El efecto nocebo tambien Una de nuestras grandes obligaciones consiste en no robar la esperanza.
Y continúo, ahora con la sincronías. Esta mañana, a eso de la una y media, estaba citado por el doctor Domínguez para un reconocimiento de rutina. Cumplido el trámite sin percances de salud, aparte de lo derivados del mero transcurrir del tiempo, nos fuimos a almorzar. La conversación derivó sobre los efectos de la hipnosis, porque el doctor es experto en esa materia y uno de los grandes especialistas españoles en sueño. Me relataba como funciona en el plano de los efectos la hipnosis como técnica curativa incluso de lesiones musculares. En ese instante se detuvo y me dijo:
-La mente funciona sobre el organismo en dos direcciones. El efecto placebo o curativo y el efecto nocebo o dañino. este último es mucho menos conocido, pero igual de cierto.
Permanecía en silencio. Inevitable que viniera a mi mente el articulo escrito en las primeras horas de esta madrugada. El Dr. Domínguez continuó:
-Lo peor que puede hacerse con una persona enferma es arrebatarle la esperanza. Eso es condenarle a una muerte segura
¿Sincronías? Cada uno puede utilizar la palabra que mejor le cuadre, pero es curioso cuando menos la secuencia del día. Pero, en fin, eso importa mas bien poco. Lo que cuenta es que la mente funciona en las dos direcciones: placebo y nocebo. Conviene saberlo
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