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“Pay attention and breath”.
-Terence Mckenna
En un mundo donde nuestra interacción social suele estar mediatizada y nuestras herramientas
de trabajo son en sí mismas medios de comunicación que no dejan de emitir mensajes
–interminables parpadeos electrónicos en el flujo del tiempo–, la atención se ha convertido en
un recurso limitado sumamente codiciado. Según Jason Silva, “la atención es el nuevo petróleo”
 y “está siendo devorada cada vez más rápido”; en el mercado mediático los gurús del
marketing y la comunicación ponen sus mejores esfuerzos al servicio de “capturar y manejar
 [la atención de las] personas”. 
Aunque seamos conscientes de que nuestros medios y nuestros gadgets fomentan el
consumo de información breve y segmentada, como en snacks predigeridos, extractos
eminentemente visuales o llamativos –poco reflexionamos sobre lo que le sucede a nuestra
capacidad de concentrarnos y a la duración de nuestros periodos de atención. Aunque
meditar, desconectarnos a ratos de Internet, salir a caminar al bosque o leer literatura clásica
nos pueden situar en otro flujo de tiempo, más amplio, cuyos futos reposados pueden extenderse
 a todas las áreas de nuestra vida–es indispensable deternernos a observar nuestros
hábitos de navegación y la relación que tenemos con nuestros gadgets para implementar
 estrategias de aprovechamiento (en la voraz competencia por la atención que en ocasiones torna
a nuestro cerebro en contra de nosotros mismos).
¿Cuando navegas por internet cuánto tiempo pasas en la misma página? ¿Si te quedas en un
mismo sitio por mucho tiempo sientes la urgencia del zapping? ¿Si te encuentras con un
artículo cuya extensión va más allá de un par de párrafos y parece tener cierta densidad
informativa, te posee una especie de incomodida intelectual y rápidamente te refugias en
 Facebook? ¿Cuando no tienes “nada” que hacer tomas automáticamente, en un vacío de
 Pavlov, tu smartphone y te pones a ver fotos en Instagram? ¿Cada cuánto refrescas tu proveedor
de mail para ver si ya llegó otro correo? ¿En ocasiones crees escuchar el ringtone de tu télefono
 sonando, pero cuando lo desbloqueas te das cuenta que fue tu imaginación? ¿Te suele pasar que
excedes el tiempo para contestar un captcha (porque se te olvido mientras navegabas por otros
sitios) y tienes que esperar 45 minutos más para bajar el disco que querías en páginas como Rapid
Gator o Uploaded? ¿Sientes una necesidad física de tener cerca tu celular como si fuera un
miembro fantasma? ¿Cuándo fue la última vez que surfeaste la Red sin estar checando updates
 en alguna red social, divagando como buen ciberfláneur sin sentir el apremio del reloj, en la deriva
 pura de la data?
Esta es la sintomatología de una atención dividida en la era de la hiperestimulación informativa.
 No se trata de oponer un puritanismo ludita, sino de reflexionar sobre hasta qué punto nuestros
 gadgets nos hacen menos eficientes (como sugiere Douglas Rushkoff). Y es que por más que
Facebook o Twitter (por citar las redes sociales más populares) sean formidables
herramientas para conectarnos con nuestros amigos o encontrar información interesante,
su misma naturaleza, aquello que los hace tan atractivos –sus filtros, sus trozos de información
relevante constantemente actualizándose que nos hace saltar de un lugar a otro, la misma
friendliness de su diseño , etc.– las hace poco favorables para cultivar nuestra atención y
concentrarnos en tareas puntuales de manera más prolija. Es parte de una especie de ennui
digital que solemos procrastinar y merodear conectados por horas cuando podríamos haber
 resuelto alguna tarea específica en 45 minutos de concentración ininterrumpida.  Y después
podríamos encontrar el resolano, sin estrés de tener que completar algo, un mundo abierto. (A
esto se une el efecto nocivo que tiene la luz brillante de las pantallas después del ocaso, un efecto
 que nos deja encandilados y enganchados como si fueran una adictiva droga de diseño).
Una investigación de la Universidad Carnegie Mellon mostró que cuando los estudiantes eran
interrumpidos con mensajes de texto mientras tomaban un examen sus resultados eran 20%
más bajos que cuando sus teléfonos estaban apagados. Según otro estudio, en promedio un
grupo de estudiantes lleva su atención a navegar la Web o checar su mail cada dos minutos
cuando se encuentra haciendo la tarea en casa con sus propios aparatos. Trabajadores
adultos logran enfocarse en una misma tarea sólo 11 minutos.
Ante este estado general de la atención, la profesora de Historia del Arte y Arquitectura de la
Universida de Harvard, Jennifer Roberts, ha implementado en su curso la tarea de detenerse
a observar una pintura o una escultura por tres horas seguidas. Sobre esta asignatura, que
ha recibido cierto eco mediático, escribe Daniel Willingham de la Universidad de Virginia: “Lo que
me gusta tanto de esta tarea es que contradice la creencia de que te aburrirás fácilmente
si pones tu atención en una sola cosa por mucho tiempo… Cuando cambiamos rápidamente
 nuestra atención, nos perdemos de cosas que nos pueden dar un entendimiento más profundo
del mundo “. Los mismos estudiantes suelen decirle a Roberts que después de esas tres
horas han generado algunas de sus mejores ideas e insights sobre el arte y también sobre
sus propias vidas.
Según la Dr. Cathy Kerr de la Universidad de Brown el hecho de que nuestra atención se reparta
 en tantas actividades está causando pequeños cambios en nuestro cerebro –pero practicar
la atención sostenida diariamente también resulta en cambios sutiles en nuestro cerebro en
otro sentido. Tal es la neuroplasticidad que donde pone la mirada transforma su capacidad de
ver. O en palabras de Steven Johnson: “Nuestros pensamientos transforman nuestros espacios
y nuestros espacios nos regresan el favor”.
Según explica Tony Schwartz, autor de The Energy Project, al igual que durante el sueño, nuestros
cuerpo en la vigilia están regidos por un ciclo de 90 minutos –nos movemos de un estado de alerta
a uno de fatiga fisiológica en estos intervalos. Es por esto que es importante encontrar una
forma de renovación de energía y atención, por lo que se recomienda trabajar concentradamente
en una tarea durante una hora y media y luego descansar, meditar o entretenerse con otra
cosa por un intervalo de entre 15 y 30 minutos para luego dedicarse a otra tarea. Consejos
 para una administración del tiempo en la era en la que el ser humano vive en el tiempo de las
 máquinas (un tiempo en el que todo puede pasar al mismo tiempo). Según Douglas Rushkoff:
 “En vez de encontrar estabilidad en el aquí y en el ahora, acabamos reaccionando al asalto
siempre presente de impulsos y comandos simultáneos” y “sí, podríamos estar en medio de
una crisis existencial pero estamos demasido ocupados para notarlo”. El resultado del asalto
multiventana de la información es que el presente nos resulta un shock.
Achtung, achtung, era el mantra que escuchaba un joven universitario que buscaba ser iniciado
 en los misterios y dar a luz una nueva conciencia.  No esta de más pedir atención, en la era de la sobreinformación y de la distracción, tenerla es una especie de oro de la mente.
Twitter del autor: @alepholo