lunes, 22 de julio de 2013

La rutina


El ritmo cotidiano, alcanzada o no la estabilidad emocional, puede hacerse repetitivo, de forma que cada día parece exactamente igual al anterior y al siguiente. Desaparecen los incentivos, las variaciones, los éxitos y los fracasos, las alegrías y las tristezas. En ese momento, el individuo se descubre como una máquina dentro de un engranaje, sin creatividad y totalmente mecanizado, moviéndose por reflejos. Las emociones y los sentimientos están congelados y anulados.
Nos enfrentamos a uno de los mayores problemas de la sociedad actual, la rutina, que desemboca invariablemente en el aburrimiento, la frustración y el desengaño de uno mismo, de los otros y de todo el ambiente en general.
La rutina se valora muchas veces como algo beneficioso: «esto es simple rutina», «es un trabajo rutinario», dando a entender que la cuestión carece de importancia y que es fácilmente manejable. Pero, sólo de forma excepcional uno puede abandonarse a la rutina, con la seguridad de que a la primera señal de aburrimiento o cansancio pueda salir de ella.
Toda actividad humana puede verse afectada por la rutina: desde situaciones parciales hasta la totalidad de la vida pueden parecer una «absoluta rutina». El amo/a de casa, nadie puede negarlo, se mueve por rutina. Todos los días limpia, hace las camas, lava, plancha, cocina, friega los platos..., para hacer exactamente lo mismo al día siguiente y al otro y al otro. Existen otras profesiones que no deberían ser rutinarias pero que, sin embargo, lo son. Se pierde el interés por el trabajo, se hace «porque se tiene que hacer», esperando la paga el fin de mes, y punto: el resto da igual. La rutina en el trabajo, sea cual sea la ocupación del individuo, desemboca en un total hastío, el empezar a trabajar por la mañana supone «una cruz», se pierde el rendimiento y la eficacia y el sujeto se va quedando atrás. Con los años, si no se subsana la situación, la persona se encuentra amargada y defraudada y «culpa al sistema» de su mediocridad.
La rutina en el amor y en la vida de pareja se va creando con los años. Es lógico que los primeros sentimientos cedan paso a otros nuevos, pero éstos no tienen por qué verse inmersos en la repetición. La pareja a menudo pierde el cariño y el afecto y actúa con monotonía. Se está con el otro pero no se vive con él. La situación se mantiene sin ilusión y sin alegría. Se establece una vida de pareja rutinaria, manteniendo las relaciones por comodidad, por conformismo o por falta de iniciativa. Si alguno de los dos miembros se rebela, surge el conflicto que, o bien resuelve la situación transformando la vida en común, o desencadena la ruptura de la unión.
Los entretenimientos, las reuniones con los amigos, las salidas y los viajes, el trabajo, los hijos y hasta las ideas pueden hacerse rutinarias. Se hacen las cosas porque siempre se han hecho así, sin que exista interés por cambiarlas; son actos totalmente reflejos, carentes de estímulo propio. Hay personas que viven en una continua rutina que afecta a la familia, al trabajo, a las amistades, las diversiones...
El individuo puede vivir perfectamente con su rutina. El conflicto surge cuando pierde el interés y la alegría, recapacita acerca de lo que buscaba y esperaba de la vida y lo compara con lo que es y lo que ha logrado. Entonces, o se hunde o lucha con todas sus fuerzas para encontrar el camino y escapar del aburrimiento.

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