Cuando regreso a mi
casa, al abrir la puerta siento que dejo atrás el
bullicio y llego a un lugar que auspicia la mirada
interna y el silencio. Entiendo que el ambiente, tan
trabajado por las innumerables meditaciones, lecturas,
reflexiones, va atrayendo energías afines que me
permiten sentir esa quietud, esa atmósfera de paz que es
capaz de conectarme con las realidades internas y me doy
cuenta lo difícil que es lograrlo en medio del bullicio
de la vida moderna.
Ser conscientes del
mundo interno tiene que ver más con remover que con
agregar cosas. Remover las barreras creadas por nuestras
creencias, por los apegos y la costumbre de ver la vida
solo del lado de la realidad material. Ser conscientes
es desligarnos de todo aquello que nos atrapa y nos
mantiene mirando hacia el suelo, cuando sobre nuestras
cabezas brillan las estrellas. Es buscar en nosotros un
punto de quietud, un estado de inocencia mental que se
logra cuando se acallan los deseos personales y se logra
un cierto grado de neutralidad. La ausencia de deseos
nos libera del atrape de las emociones, y la neutralidad
nos permite fluir libres, a través del plano de la
mente, a otras regiones, otros planos. Entonces se
despierta en nosotros el poder de mirar la vida desde un
contexto mucho más abarcador que nos hace más
comprensivos, flexibles, tolerantes y sobre todo, con la
sensación de vida abundante.
Si hacemos contacto
todos los días y, si es posible, a la misma hora, con
ese centro de silencio que está en el corazón, en donde
se pueden percibir otras dimensiones, se establece un
ritmo y se nos hace más fácil ese contacto porque
emitimos una nota que atrae ciertas energías
auspiciosas. Estamos así utilizando la magia del Séptimo
Rayo que se expresa a través del Orden y del
Ritmo.
Mientras más
obligaciones y actividades tenemos, más debemos
establecer un ritmo para fortalecer los lazos que nos
unen al Centro desde donde podemos percibir la
abundancia de la vida, desde donde recibimos la luz, la
energía y la paz que necesitamos para vivir y percibir
con más claridad el mundo que nos rodea. Parece una
paradoja, pero mientras más consciente estamos del mundo
invisible, mejor percibimos el visible, mientras más
conscientes del centro, mejor manejamos la
periferia.
En las relaciones
humanas, cuando estamos en el centro nos miramos y
realmente nos “vemos”. Entonces guardamos silencio
cuando el otro habla. Ser escuchado es una de las
necesidades más grandes que tiene el ser humano. ¡Y son
tan pocos los que escuchan! Sólo hay que detener el
diálogo interno y concentrarse en el que habla. Nos
sorprenderá todo lo que podemos percibir y cómo nos
enriquece el contacto humano. De la misma manera, la
vida está repleta de riquezas que esperan ser
percibidas. ¿Cuántos amaneceres llenos de luz y de color
no hemos visto? ¿Cuántas miradas llenas de amor se han
perdido por falta de atención? ¿Cuántas respuestas la
vida nos ha entregado en su lenguaje simbólico y no las
hemos percibido?
Deja que la vida hable,
deja que la vida hable... y para que la vida hable
tenemos que callarnos. Callar nuestros interminables
pensamientos que circulan en nuestro entorno,
repetitivos, aburridos, ciegos, pensamientos que son
dirigidos por el movimiento del egoísmo que todo lo
empobrece, porque... ¿cómo no empobrecer la conciencia
cuando la hacemos girar alrededor de nuestra pequeña
personalidad, privándonos de las maravillas que tiene la
existencia?
Si dejamos de pensar en
nosotros todo el tiempo y permitimos que el amor fluya a
través nuestro como un manantial que enriquece todo lo
que toca, las preocupaciones y las ansiedades se apartan
de nosotros. Recordemos las palabras del Maestro D.K.:
“Toda preocupación y ansiedad tiene como base principal
un móvil egoísta”. Y si logramos un estado de silencio
profundo, silencio de ruidos y también de pensamientos,
y entramos a esas zonas neutras de la conciencia,
estaremos percibiendo la verdadera
libertad.
La libertad es la
promesa de la Era de Acuario. Libertad de nuestras
propias creencias cristalizadas y limitantes, de seguir
por las mismas huellas, los mismos surcos que nos llevan
a repetirnos una y otra vez; libertad de nuestros
sentimientos egoístas y sus consiguientes sistemas
sociales, los cuales, como una proyección de nuestro
interior se expresan a través de una civilización con
una profunda injusticia social que la vida moderna
evidencia con tanto dramatismo.
Cada vez que aparece un
dolor es señal que existe una barrera que detiene el
libre fluir de la Luz en la materia. Cuando algo
se detiene crea congestión y enfermedad. En el cuerpo
humano, la enfermedad se produce por la interrupción de
la libre circulación de la energía del alma en el
cuerpo. Lo mismo sucede en el cuerpo de Humanidad y en
el cuerpo del planeta. Evolucionar es abrir senderos
para el flujo de esta Luz, quitar barreras, destrabar
energías, liberar la vida aprisionada en el espejismo de
creerse separada, estática, personalizada. Evolucionar
es expresar la naturaleza esencial que somos. El Yo Soy
en ti, en mí, en todos.
Expandir la conciencia
es acortar distancias, borrar fronteras, hasta que de
tanto borrar, sólo queda la relampagueante Luz. Y en esa
Luz están todas las posibilidades, en esa Luz
encontramos todo lo que, con tanto afán, buscamos. Allí
está la razón de nuestra existencia, el Amor que todo lo
puede; y esa Luz somos nosotros, el Alma, la Conciencia
Crística, el Hijo Divino.
Deja que la vida hable y
te cuente sus misterios; deja que la vida hable y te
revele sus secretos. Es tan poco lo que percibimos que
somos como los Hijos de un Rey infinitamente rico que
deambulan por el Reino sintiéndose pobres porque no
tienen la capacidad de percibir sus incontables
riquezas. Permite que el árbol te comunique su misión,
que la flor te hable a través de su aroma, que el cielo
te cuente el porqué de su color, que las estrellas te
instruyan y te den su sabiduría. Lo único que tienes que
hacer es “callarte”. Entrar en la cueva de tu corazón y
desde ese centro de luz, mirar la vida.
Practica todos los días
el silencio y te darás cuenta que la mayoría de tus
pesares provienen de una pobre y deficiente percepción,
de ver solamente tu imagen personal en todo lo que ves,
de repetir tus pensamientos una y otra vez... Y entonces
puedes hasta afirmar que la vida es aburrida. ¡No! La
vida es infinitamente divertida, el aburrido eres tú,
porque no hay cosa más aburrida que verse a sí mismo
todo el tiempo.
Toda nuestra percepción
está teñida por nuestros filtros mentales construidos
con las creencias, los sistemas de representación de
nuestra mente y nuestra historia. Si no te gusta lo que
ves, limpia el filtro con el que ves, cámbialo, y
descubrirás el maravilloso Universo que te rodea. Y
entonces te enamorarás de la Luz y se instalará en ti un
impulso por trabajar para ella, y no importa los años,
estarás más vivo, más expresivo. Te comunicarás con las
entidades celestiales y te sentirás colmado, vivo, lleno
de luz. La vida te hablará y la felicidad se instalará
en tu interior y nada ni nadie te la podrá
quitar.
Con el amor de siempre,
Carmen
Santiago.
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