Muchas veces nos sentimos muy estresados y angustiados cuando queremos ayudar a nuestros hijos cuando enfrentan algunos desafíos que la vida les presenta. Estas situaciones pueden ser especialmente difíciles en aquellos casos en que nuestros hijos están atravesando desafíos angustiosos o que los están haciendo sufrir, como decidir su futuro laboral, la separación de la familia, penas de amor, cuando se retrasan sus estudios, alguna enfermedad, alguna discapacidad, confusión en su vocación o al querer superar algún vicio.
Es importante tener presente que ellos vienen dotados de todas las capacidades para atravesar sus propios desafíos y que todas las experiencias que están viviendo no han sido obra de la mala suerte. Ellos están cumpliendo con el plan de su alma y seguramente tendrán que obtener valiosas enseñanzas de esas vivencias, como también sus padres. El objetivo final de todo esto, consiste en observar con amor las posibilidades de crecer y elevar los niveles de conciencia.
En algunas ocasiones podemos ayudarlos directamente con algún consejo o una acción y otras veces nos veremos aparentemente limitados para hacerlo. Cuando parece que las soluciones se escapan de nuestras manos para poder colaborar a la superación de los inconvenientes, podemos acudir a elevar la mirada.
Elevar la mirada, nos permitirá reconocer que ellos tienen todo el potencial y que es reconocible su capacidad para sobreponerse a sus circunstancias. Ellos solo requieren confirmar esta verdad dentro de sí. Entonces, la primera y más importante ayuda que podemos darles, consiste en reconocerles su propio poder y su propio valor para superarse. Si desmerecemos su valor y sus capacidades, ellos se sentirán más pequeños de lo que son. Si les decimos directamente que no están siendo capaces de superarse, ellos se alejan de su poder interno y crecerá la distancia entre el logro y el fracaso, o entre aprender o no aprender.
Cuando nuestras palabras o nuestra mirada hacia ellos contienen energías de desconfianza en sus capacidades interiores para superarse, les estamos enviando un mensaje muy desalentador y que no corresponde a lo que son. Cuando nos falta la fe y la confianza en ellos, les hacemos sentir más pequeños, desvalidos, sobrepasados e incapaces. Unas palabras de confianza, fe y esperanza, siempre elevarán el entusiasmo de nuestros hijos, les aportará nuevas energías y les señalará el único camino que existe para salir de allí, la perseverancia. Trasmitir el mensaje de que todo se encuentra perdido, es la mejor manera de asegurar problema tras problemas. Una muestra de la perdida de nuestra fe en ellos puede ser suficiente para que se den por vencidos.
¿Quién más que los padres están llamados a esta tarea tan hermosa de transmitir valor? Aunque todo el mundo hubiera perdido la esperanza, los padres la pueden seguir sosteniendo una y otra vez, porque será sostenida por el amor.
A veces la espera de que algo mejore nos puede hacer perder la paciencia, pero esa será una prueba tanto para los hijos como para los padres. Perder la paciencia nunca ayudará. Es probable que hablemos, que presionemos y que desesperemos, pero esas acciones no podrán colaborar bajo ninguna circunstancia. La desesperación nunca será la manera más adecuada de enfrentar problemas, del tamaño que sea. Mientras más energías positivas pongamos en nuestra comunicación con ellos, más probabilidades de éxito existirán. He sabido de casos extraordinarios de sanidades milagrosas que han sucedido gracias a la fe sostenida por las madres de algunos niños que sufrían enfermedades muy graves y desahuciadas por los médicos. El amor puede hacer milagros y eso ha quedado en evidencia muchas veces.
Una fe inquebrantable en el poder del amor y el poder interno de nuestros hijos los ayudará a sobreponerse de cualquier circunstancia que a primera vista nos puede resultar imposible de traspasar.
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