Entre enero y febrero la floración de los almendros reviste el campo mallorquín de un espectacular manto blanco. En sus tres tonalidades -blanca, azul y rosada-, los almendros floridos anticipan la primavera cuando el invierno aún no ha acabado. Una estampa que ha sido recreada en cuadros, novelas y fotografías a lo largo de la historia.
El fenómeno es generalizado en Baleares, donde en primavera se contabilizan más de siete millones de almendros en flor.
El almendro, oriundo de Asia, fue introducido en Occidente por los romanos. Es el primero de los árboles caducifolios en florecer en primavera, debido a su rápida reacción a las subidas de temperaturas. En Mallorca se distribuye por toda la Isla, si bien es especialmente abundante en los municipios de Marratxí, Bunyola y Sóller, coincidiendo con las mayores zonas productoras de almendras. También hay muchos árboles en Santa Maria, Sencelles, Lloseta y Selva.
Para disfrutar de este espectáculo, se recomienda visitar los monasterios que se encuentran en las cimas montañosas, como los de San Salvador, Bonany y Randa. Desde allí se puede observar el manto blanco que muchos llaman “nieve mallorquina”. Especialmente atractivo resulta realizar el trayecto en tren entre Palma y Sóller, repleto de campos de almendros, naranjos y limoneros. También ofrecen excelentes vistas los alrededores de Inca, Llucmajor y Felanitx.
La recolecta de la almendra se hace en pleno verano y a la antigua usanza. Es frecuente observar a los payeses con largas varas de madera batiendo las ramas altas para recoger el fruto en una lona que tienden a sus pies.
Con las almendras se elabora la marca de garantía “Ametlla de Mallorca” -un producto dulce y con más proteínas, ácidos grasos e hidratos de carbono que el cultivado en otras regiones- y el emblemático perfume “Flor d’Ametller”. La gastronomía las incorpora en sabrosas recetas populares, como el gató con helado de almendra, la leche de almendra, el turrón de almendra o el aceite de almendra.